La Marina de Ficticia
MINIFICCIONES FINALISTAS DE MARZO DE 2022

Tema: “Pequeños lectores”, minificciones para niños
Juez: José Manuel Ortiz Soto, escritor mexicano


Día 1
Tallerista: Carmen Simón

El flautista del árbol
Papadzul
La gente disfruta cuando acude a escucharlo cada vez que toca desde ahí, en el parque. Las notas mágicas que salen de su instrumento se convierten en un desfile de animales, mientras inundan los alrededores. Las hay graves y serias, como águilas volando en las alturas; también locuaces e inquietas, que recuerdan a las ardillas saltando entre los árboles. Las hay tan vivaces y alegres, que podrían ser mariposas revoloteando y, otras, largas y agudas, a modo de colibríes suspendidos en el aire. De pronto, pueden aparecer elefantes bailarines o gaviotas, hormiguitas cantantes o delfines, dragones o luciérnagas, pulpos karatekas o una abeja reina y su séquito. Es una música única, fantástica, que todos perciben como cortada a su medida. Puede ser cierto. Al cerrar los ojos, niños y abuelos, jóvenes y adultos, flotan y empiezan a volar al ritmo de la imaginación. Sin que nadie lo note, el hombre se ha ido transformando y, al terminar, convertido en ave fénix, despliega sus alas y desaparece detrás del follaje.
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Día 2
Tallerista: Alférez

Desierto
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Día 3
Tallerista: Jorge Oropeza

Turiki
Pitágoras
En mis viajes por el universo conocí mundos extraños y misteriosos, pero ninguno tan peculiar como Turiki. Era un pequeño planeta en forma de cubo perfecto, y cada una de sus seis caras tenía un color distinto. Daba vueltas en todas direcciones, para recibir la luz de un diminuto aunque muy brillante sol. Sus habitantes, también pequeños, me recibieron con mucha amabilidad y fui llevado ante su rey. Él me contó que era uno de los seis monarcas que había en el planeta, pues cada cara del cubo era un reino independiente. Fue curioso enterarme de que nunca habían visto a sus vecinos. Se comunicaban a gritos a prudente distancia de las orillas, ya que temían caerse si se acercaban demasiado a los bordes.

Estuve ahí más de cien días, que duraban como cuatro horas de las nuestras. En tan corto tiempo, ellos debían hacer lo que nosotros hacemos en veinticuatro, por lo que siempre andan de prisa y apenas se hablan entre ellos. Su vocabulario no tiene más de doscientas palabras y su alfabeto solo consta de nueve letras. Cuando les enseñé un libro y empecé a leerlo, no podían creer que hubiera cosas tan maravillosas afuera de su mundo. Tampoco se imaginaban cómo podíamos habitar un planeta redondo como la Tierra. La sola idea de vivir sobre una pelota enorme les daba risa.

***

Letras verdes
Black Dot
Un niño se agacha y con su dedito rasga la tierra, colocando en el pequeño hoyo un puñado de letras que le han sobrado de su sopa. Después, regresa la tierra sobre las letras, cuidando de no triturarlas. Acostado sobre su estómago, pone sus manos sobre las mejillas y mira fijamente el montecito de tierra, como esperando algo. Su madre lo ve desde la puerta, y la ternura la envuelve.
—Te vi enterrar el poquito de sopa que no te comiste, travieso —le dice al niño.
Emocionado, el pequeño contesta: —En cualquier momento nacerá un árbol de tu sopa, mamá. Y de cada rama colgarán pequeños libros verdes con muchas historias, para que me las cuentes todas noches.
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Día 4
Tallerista: Marcial Fernández

Desierto
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Día 5
Tallerista: Daniel Frini

El primer astronauta del pueblo
Pi
Todas las tardes iba, con papá o mamá, a andar en bicicleta por el parque y, casi siempre, encontrábamos al señor de los globos. En ocasiones lo acompañaba su hijo, quien daba vueltas con los brazos extendidos haciendo ruidos en un triciclo desvencijado o a veces corriendo.
—¡Brooom!, ¡suoosh! —se le oía imitar el sonido de un avión, mientras decía que le gustaría volar y ser aviador y, luego, astronauta.
Un viernes vimos al niño con un gran racimo de globos y le preguntamos por su padre.
—Esta enfermo y no va a poder venir unos días, hasta que se alivie —nos dijo—. Y me encargó venderlos antes de que se desinflen.
El domingo, papá pensó que sería buena idea comprarle algunos para ayudarlo, pero no lo encontramos por más que recorrimos todo el lugar. De pronto, alguien señaló al cielo. Entre brincos (que nunca supe si eran de alegría o de preocupación), decía:
—¡Miren!, ¡miren. ¡Ahí está!, arriba de los árboles.
Al voltear hacia arriba lo vimos. Con una mano se sostenía de los globos y, con la otra, saludaba dando gritos de felicidad.
—!Les dije!, ¡ya vuelo!. ¡Ya soy aviador! ¡Hurra!
Después de varios días sin volver a verlo, tomamos un telescopio y buscamos en todas partes. Unos puntitos de colores en la superficie de la luna nos indicaron que ya había cumplido su sueño.
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Día 6
Tallerista: Daniela Truman

Hambre de letras 
Pepe Le Pew
Corrían rumores en la escuela de que Pablo era un monstruo y nunca supimos la causa. Era inteligente, educado y un ávido lector. Ahora que lo pienso, tal vez esta era la razón: decían que devoraba los libros.
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Día 7
Tallerista: Julia Ortega

Desierto
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Día 8
Tallerista: Luis Sandín (“El águila descalza”) en sustitución de Dolores Díaz A. (“Tequila”)

El dinosaurio salado
Papalotl
Era un tímido dinosaurio que vivía en una enorme cueva cerca de un lago de agua dulce. Se alimentaba de hierbas, de las hojas tiernas de los árboles y de peces en las ocasiones especiales cuando lo visitaba su amigo dragón. Era entonces cuando le pedía que encendiera una fogata para cocinar sus alimentos y calentar un poco de té. Luego, se pasaban largas horas platicando sus aventuras hasta el anochecer, cuando el visitante emprendía el vuelo entre llamadas.

En el verano, un primo lo invitó a pasar unos días en el mar. Le pareció una idea interesante, porque nunca había estado ahí. Preparó sus maletas y partió dejando a su amigo alado al cuidado de la cueva. A los dos días ya estaba de regreso. Extrañado, el dragón le preguntó por qué había regresado tan pronto.

—Todo es culpa de la sal —le respondió—. Ni siquiera pude quitarme la sed cuando llegué, porque el agua estaba salada. Quise comer algo y los peces sabían a sal, al igual que las plantas marinas. Y para colmo, el té me supo a rayos. Finalmente, cuando mi primo me llevó de comer, había preparado un ceviche de pulpo acompañado de galletas saladas y papas fritas... ¡con sal!

El dragón no pudo disimular la risa.

—¿De qué te ríes? ¿Te parece gracioso?

—Es que... ¡acabo de preparar unas deliciosas palomitas!, ¿quieres probarlas?
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Día 9
Tallerista: Lucía Casas Rey

Wayna Picchu
Phileas Fogg
Durante mi visita a Lima, Perú, se atravesó un fin de semana y tuve dos días libres. Desde niño me había atraído conocer la legendaria Machu Picchu y esa era la ocasión. Tal vez nunca volvería a tener la oportunidad. Sin perder un instante, conseguí el boleto de avión para ir a Cuzco y de ahí, tomé el tren para visitarla. El trayecto entre las montañas y a lo largo del río Urubamba fue fascinante, pero la vista de aquella antigua ciudad inca me dejó sin aliento. ¡Por fin estaba ahí! Recorrí todos los rincones, escudriñé cada piedra y de pronto, lo vi: era el Wayna Picchu, el enorme risco que se alza imponente frente la ciudad y que puede observarse en casi cualquier fotografía o video. Al mirarlo desde abajo, me llamaron la atención varias líneas casi imperceptibles que vi en la punta. Al consultar con un guía, me indicó que eran construcciones, y cuando le pregunté si era posible subir hasta allá, me respondió con una afirmación, pero que era un camino muy difícil y que si lo intentaba, sería bajo mi propio riesgo. Esas fueron las palabras mágicas. Cinco minutos después ya estaba en camino y, al cabo de más de tres horas, llegaba a la cumbre a punto de desfallecer, pero feliz. Cuando volteé hacia atrás y admiré el panorama que había a mis pies, casi lloré de alegría; las fuerzas regresaron y me quedé mirando, como un bobo, para todas partes mientras mis pulmones se llenaban de ese aire tan puro. Es imposible describir con palabras la vista de la cordillera de los Andes, Machu Picchu y sus alrededores, el río y la selva, que vistos desde ahí, son imágenes que ni el paso de los años borra de los ojos
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Día 10
Tallerista: Tomás del Rey

Desierto
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Día 11
Tallerista: Carlos Bortoni

Desierto
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Día 12
Tallerista: José Luis Sandín (“El águila descalza”)

La travesura
Pi
Fernando esperaba a que regresara el peluquero. Cuando estaba a punto de irse, llegó un cliente que exigió ser atendido de inmediato. Le explicó que el encargado no tardaría en regresar, pero no escuchó razones. Ante su insistencia, Fernando se ofreció a cortarle el cabello y el hombre aceptó. Al terminar, le entregó el dinero en la mano y se marchó de prisa. Todavía le temblaban las manos cuando llegó el peluquero y se puso a cortarle el pelo. Cuando finalizó, paseó el espejo alrededor de su cabeza para que observara el resultado.
—¿Qué le parece? —preguntó.
—Supongo que bien, —respondió mientras se palpaba el cabello con la mano—, pero no puedo ver. Soy ciego
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Día 13:
Tallerista: Laura Elisa Vizcaíno

Desierto
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Día 14
Tallerista: Mónica Brasca

El pececito volador
Héctor
Un día en el que un viento huracanado revolvía el mar endiabladamente, el pececito se animó a salir a la superficie. Lo intentó una y otra vez, hasta que lo logró. Impulsado por un torbellino, se elevó en espiral. Cuando estuvo bien arriba, cerró sus ojitos y mantuvo las aletas plegadas. Instantes después, frenado el ascenso, empezó a descender. Entonces lo hizo. Tomó coraje, desplegó las aletas… y voló, voló como un alegre colibrí.

Una gaviota que pasaba por allí, ansiaba un pajarillo cubierto de escamas.

***

Maldao
Pitágoras
Después de varios meses regresé a Turiki, aquel pequeño planeta en forma de cubo en un rincón de la galaxia. El rey Maldao, sus amables súbditos y yo estábamos gustosos por volver a vernos.

—¿Qué te trae por aquí ahora? —me preguntó.
—Saludarlos y sugerirles una idea para comunicarse con sus vecinos de las otras caras. Me parece lamentable que no se conozcan por el miedo a precipitarse al vacío si se acercan a los bordes.
—Es cierto, y no entendemos cómo los habitantes de las otras caras pueden vivir sobre las superficies verticales sin caer al espacio.

Por más que intenté explicarle que hay una fuerza de atracción hacia el centro del planeta, le resultaba muy difícil entenderlo. Para convencerlo, invité al monarca y a sus ministros a ir en mi nave a visitar otro de los lados. Al llegar a una zona desierta, desembarcamos y pudimos comprobar que era igual a donde ellos vivían. Mis acompañantes daban vueltas de un lado a otro, discutían y se rascaban la cabeza sin comprender la razón.

—¿Lo ven? —les dije—. Esta superficie es tan plana y horizontal como su reino.
—Lo veo y lo compruebo, pero me resisto a creerlo —respondió el rey—. Me pareció que mientras volábamos, el planeta se dio vuelta y por eso no estamos patas para arriba, sino parados sobre el suelo.

En ese momento entendí que debían pasar muchos años para que ellos descubrieran por sí mismos la ley de la gravedad.
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Día 15
Tallerista: Alférez

Compositor
Héctor
Con la guitarra que heredó de su abuelo, Juan acompañaba los rugidos de sus tripas cuando tenía hambre. Mientras sus dos hermanitos correteaban a las gallinas en el corral, su mamá hacía magia para que los cuatro comieran, al menos, dos huevos y unas cuantas tortillas al día. Él pensaba que, en algunos años, le pondría letra a las tonadas que había compuesto hasta hacerse famoso. Así podría tener un gallinero, tan grande como tres canchas de fútbol, para poder comer diez huevos diarios con pan y salchicha.

Tiempo después, al llegar el éxito, los viajes y los conciertos, se le acabó la inspiración. No entendía por qué y a medida que pasaban los días y el hambre apretaba, regresaron los rugidos de sus tripas y, Juan, guitarra en mano, volvió a encontrar las notas que lo llevarían de nuevo a la fama.
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Día 16
Tallerista: Josep M. Nuévalos

Superhéroes
Héctor
—¿Quién es esa mujer tan bella? ?le preguntó Aquaman a Batman.
—Es Gatúbela. Y no te hagas ilusiones con ella: odia el agua.
—Seguro que me querrá comer cuando perciba el olor que despide mi cuerpo.
—¿Y dónde piensas verla? ?dijo Batman, sonriendo.
Aquaman se acarició el mentón y dijo:
—Aquí, en la playa. Los gatos acostumbran esconder sus miserias bajo la arena.

***

El campeón
Posdata
Después de saludar a la gente, Max subió a su vehículo y esperó la luz verde. Arrancó un poco lento y varios autos lo rebasaron. Fue tras ellos, acercándose. En una curva logró adelantar a uno, pero los demás se alejaban. Dos vueltas más tarde dejó atrás a otro. La persecución fue intensa durante una hora hasta que se colocó en segundo lugar, después de que un competidor hizo un trompo. Cuando consiguió superar al primero, tuvo que cambiar sus llantas y volvió a quedar atrás de él. No podía dejar que Lewis le ganara; tenía que alcanzarlo. A solo dos vueltas del final pudo quedar a la cabeza gracias a los neumáticos frescos. Faltaba poco para llegar a la meta, y mientras Hamilton le pisaba los talones aceleró más. Al ver la bandera a cuadros, supo que lo había logrado: ¡Era el nuevo Campeón Mundial de la Fórmula 1!

Fue en ese momento, luego de quitarse el casco, que escuchó aquella voz que le decía con insistencia: "Lalo, ya es hora de comer" desde la cocina.
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Día 17
Tallerista: Carlos Martín Briceño

El caballo
Héctor
El caballo corría y corría mientras el jinete lo espoleaba sin cesar. Al fin, la bestia cayó muerta de cansancio. De repente, apareció un unicornio para llevarse el alma del corcel; el jinete, midiendo la oportunidad, intentó subirse en el lomo del alado. El unicornio relinchó y le asestó dos patadas en el pecho que lo dejaron moribundo. Luego, un ángel bajó del cielo, montó al caballo de fábula y se elevó llevándose el alma del alazán. Los buitres se encargaron del resto.

***

Optimista
Pepe Le Pew
Haciendo esfuerzos para mantenerse firme y no llorar, la madre reunió a sus hijos para darles la triste noticia:

—Niños: su papá se nos adelantó. Para estos momentos ya debe estar esperándonos en el cielo.
—¡Yupi! —gritó el más pequeño— . Igual que cuando vamos al cine: se adelanta, compra los boletos y nos espera a la entrada con las palomitas. ¡Es un genio!
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Día 18
Tallerista: Elisa Armas

La voz del gato
Pingüino
—Quisiera ser un gato —dijo Paco cuando vio a Tobías subir a la mesa de un brinco desde el suelo.
—¿Por qué? —le preguntó el felino mientras se estiraba antes de ponerse a husmear.
Sorprendido al oír que hablaba, respondió:
—Me gustaría saltar como tú, tener nueve vidas, caminar por las cornisas y los tejados y no tener que ir a la escuela.
—Puedes hacer eso, y más —afirmó Tobías.
—¿Cómo?
—Usa tu imaginación, como lo estás haciendo ahora.
—¡Qué tonto eres!, ¿por qué dices eso?
—Porque yo no hablo. Esta plática la estás imaginando.
—¿Estás seguro?
—Absolutamente. Ni siquiera existo. Soy el gato que siempre quisiste tener, pero que tu mamá nunca permitió.
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Día 19
Tallerista: Paola Tena

Celebración
Héctor
Para el cumpleaños de Pablito, compraron una piñata grande con forma de gallina. Cuando le asestaron el primer palo, la cuerda se rompió y, para sorpresa de todos los presentes, la piñata echó a correr en zigzag agitando las alas, dejando caer dulces por el patio, lo que provocó la risa de los niños, que corrían también, pero detrás de la gallina, recogiendo los caramelos, ante la incredulidad de los adultos por una escena tan insólita. Al quedar vacía de golosinas, la gallina logró emprender vuelo.
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Día 20
Tallerista: José T. Espinosa-Jácome (“El último Abencerraje”)

Magia sin límites
Pseudónimo
El mago hizo una caravana al auditorio, pronunció un conjuro y metió la mano en la chistera. Primero salió una paloma y después una jaula con un canario. Luego varias mascadas, unos guantes de box y algunos calcetines. Insistió y salió a relucir un disfraz del Hombre Araña, tres hamsters, unos cómics y el uniforme de la Selección Nacional. Un poco contrariado, continuó buscando hasta que, por fin, apareció su varita mágica. Hizo unos pases con ella y apareció el conejo.

—Oye, mago de pacotilla —le dijo el animalito con enojo—. Te lo advertí. Mil veces te dije que mi casa no es bodega y que buscaras otro lugar para guardar tus tiliches. Ahora vas a ver lo que es vivir en el caos.

Acto seguido, dio un brinco, sacó una escopeta, obligó al hombre a entrar en el sombrero y, entre saltitos y caravanas, desapareció del escenario en medio de los aplausos y risas.

***

Nunca digas nunca otra vez
bebé
La ocasión para cumplir su sueño de ser actor de cine se presentó cuando una parte del escenario se derrumbó y amenazaba con aplastar a la actriz principal. Él apareció en la escena con un traje de Superman y la salvó. Le dieron las gracias y recibió aplausos, pero nada más. Días más tarde desapareció el director, y de nuevo, disfrazado de Sherlock Holmes, lo encontró en Hawaii. Tras ser felicitado, recibió el pago por sus servicios y unas palmadas en el hombro. Semanas después, el productor recibió amenazas de secuestro. Él descubrió a los maleantes y fueron arrestados por la policía. Esta vez, al preguntarle su nombre, simplemente dijo antes de despedirse:

—Bond, James Bond.
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Marina
25 de April de 2022 / 06:01
MINIFICCIONES FINALISTAS DE MARZO DE 2022 25 de April de 2022 / 06:01
Marina
 

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